Un día conocí a un viajero de esencia pura,
uno que jugaba con arrogancias y dulzuras,
de pensamientos abstractos y a veces cuadriculados;
de sonrisas encantadoras y argumentos bien contados.
Un día conocí a un viajero de esencia pura,
uno que jugaba con arrogancias y dulzuras,
de pensamientos abstractos y a veces cuadriculados;
de sonrisas encantadoras y argumentos bien contados.
¿Quién es esa sirena de la voz tan doliente,
de las carnes tan blancas, de la trenza tan bruna?
Es un rayo de luna que se baña en la fuente,
es un rayo de luna…
¿Quién gritando mi nombre la morada recorre?
¿Quién me llama en las noches con tan trémulo acento?
Es un soplo de viento que solloza en la torre,
es un soplo de viento…
Di, ¿quién eres, arcángel cuyas alas se abrasan
en el fuego divino de la tarde y que subes
por la gloria del éter? Son las nubes que pasan;
mira bien, son las nubes…
No, no fue tan efímera la historia
de nuestro amor: entre los folios tersos
del libro virginal de tu memoria,
como pétalo azul está la gloria
doliente, noble y casta de mis versos.
No puedes olvidarme: te condeno
a un recuerdo tenaz. Mi amor ha sido
lo más alto en tu vida, lo más bueno;
y sólo entre los légamos y el cieno
surge el pálido loto del olvido.
Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje al río.
Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
“Para amarte
me he desgarrado el mundo de los hombros,
y he quedado desierta en mar y estrella,
sencilla
como la claridad.
Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.
Quisiera saber por qué esta muerte
al verte, adolescente rumoroso,
mar dormido bajo los astros ciegos,
aún constelado por escamas de sirenas,
o seda que despliegan
cambiante de fuegos nocturnos
y acordes palpitantes,
rubio igual que la lluvia,
sombrío igual que la vida es a veces.
Aunque sin verme desfiles a mi lado,
huracán ignorante,
estrella que roza mi mano abandonada su eternidad,
sabes bien, recuerdo de siglos,
cómo el amor es lucha
donde se muerden dos cuerpos iguales.
El amor ascendía entre nosotros
como la luna entre las dos palmeras
que nunca se abrazaron.
El íntimo rumor de los dos cuerpos
hacia el arrullo un oleaje trajo,
pero la ronca voz fue atenazada,
fueron pétreos los labios.
“Todo fue maravilla de armonías
en el gesto inicial que se nos daba
entre impulsos celestes y telúricos
desde el fondo de amor de nuestras almas.
Hasta el aire espigóse en levedades
cuando caí rendida en tu mirada;
y una palabra, aún virgen en mi vida,
me golpeó el corazón, y se hizo llama
en el río de emoción que recibía,
y en la flor de ilusión que te entregaba.
El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.
Las fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cristalinas
el día que me quieras.
El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.